16 diciembre 2005

Perú: para que no se repita















Pasajes de un discurso histórico en Perú
Salomón Lerner Febres
Presidente de la Comisión Peruana de la Verdad y la Reconciliación
Junio de 2003


Debo decir, pues, que para la identidad de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, y para el talante con el que encaramos nuestra misión, resultó de importancia fundamental aquel periodo de meditación y discusión en el que los comisionados nos dedicamos a realizar la interpretación moral de nuestro mandato.

Encontramos, en el curso de esa reflexión, que el propósito ético –origen, fundamento y justificación de esta labor – no podía ser otro que el propiciar en nuestro país un examen de conciencia colectivo, un reconocimiento de nuestras culpas y a partir de ello un esfuerzo sincero de reconciliación con nosotros mismos.

Así, comprendimos que la verdad que quisimos poner al descubierto y brindar al país, no era la formulación de enunciados a priori que correspondieron a objetividades formales ni a hechos naturales supuestamente causales, como ocurre en el dominio de las ciencias formales o empírico-deductivas. Nuestro propósito fue más bien acercarnos en la medida de lo posible a establecer verdades –fácticas por cierto– pero referidas a la praxis humana, libre y responsable. La verdad a la que aspirábamos -por ende-, era aquella relativa a ciertas acciones o conductas de naturaleza ética y política por excelencia, esto es de naturaleza intersubjetiva, que deben medirse en relación a fines buenos. A sabiendas del carácter aproximativo y asintótico de nuestro esfuerzo, preguntamos por la verdad contingente de una praxis provista de contenido y repercusión morales. Es decir, poniendo al descubierto en qué medida nuestro país falló en el reconocimiento de uno mismo y del prójimo, la Comisión aspiró a una verdad que al mismo tiempo procurara una curación espiritual. En otras palabras, la Comisión tuvo la esperanza que la dimensión moral de la verdad que pusiera al descubierto tuviera también un efecto sanador y regenerador.

La búsqueda de una verdad así entendida se origina en nuestra comprensión de un hecho crucial. Las comisiones de la verdad no son, por lo general, sustitutos de la justicia ordinaria, la de los tribunales, y si no lo son ello obedece a que están concebidas más bien como instancias de regeneración moral de una sociedad, una recuperación de la labor cívica que ha de trascender ? aunque no excluir ? la identificación y la sanción de los responsables de crímenes y atropellos de los derechos humanos. Así, para que una comisión de la verdad cumpla verdaderamente el papel para el que ha sido llamada, resultaba indispensable que ella reconociera con claridad qué es lo que estaba en juego en el cumplimiento de su misión de manera tal que ella no se redujera a una pesquisa policial, sino que se convirtiera en fuente de pedagogía ciudadana y recuperación moral.

Mal hubiéramos hecho en entender esta inspección de nuestro pasado solamente como una actividad de señalamiento de los culpables directos de crímenes sin nombre. Ello formó parte importante de nuestro trabajo, sin duda alguna. Pero éste se inscribía en un escenario más amplio, que era el de la responsabilidad general en los hechos que nos tocó padecer.

La noción de responsabilidad se halla incrustada en el centro de toda reflexión de pretensiones éticas. Solamente en la medida en que somos responsables – y que aceptamos serlo – nuestros actos son susceptibles de juicio moral o incluso judicial. Y en ciertas circunstancias la responsabilidad, en tanto cualidad de nuestros actos, trasciende largamente la dimensión de las causas eficientes. ¿A qué circunstancias me refiero? Ciertamente, a las que enturbiaron la vida de nuestro país en las últimas décadas: cuando en un país se desencadena una violencia que deja decenas de miles de muertes, miles de desapariciones forzosas, innumerables destinos humanos estropeados por atropellos, exacciones y humillaciones indescriptibles, es difícil limitar el ámbito de las responsabilidades morales a aquéllos que ejecutaron directamente los crímenes.

Fue pues un proceso de violencia, un fenómeno que involucró a la sociedad entera. No obstante, los miembros de la Comisión estamos plenamente conscientes de que ese proceso existió porque hubo tanto ideas que buscaron justificarlo como actos de personas concretas que lo iniciaron y lo llevaron hasta los extremos de irracionalidad que sabemos. Nuestras investigaciones pues se han dirigido también a ese difícil territorio que es el de las ideologías, las acciones y las intenciones humanas. No hay discurso legitimador, acción ni decisión que escape al campo de la moral, y por ello siempre es susceptible de juicio. Pero si es que determinadas ideologías y actos humanos pueden ser hallados responsables, esto es porque comportan valores que pueden ser interpretados.

Nuestra tarea, que la hemos concebido, según vengo diciendo, como una labor de recuperación moral, fue también un ejercicio de interpretación. Y era imprescindible que así fuera, pues el reino de la ética es también, por definición, el reino de los significados. Las ciencias humanas de este siglo –la filosofía al igual que las ciencias sociales– han dado una importancia singular a la actividad intelectual de la interpretación y la comprensión – la hermenéutica – como forma de entender mejor, con más hondura y sutileza, y también con más justicia, el amplio y complejo mundo de los hombres.

La Comisión de la Verdad y Reconciliación estudió por ello que su tarea exigía no solamente recuperar los hechos en su rotundidad fáctica, sino también el insertarlos, por medio de una interpretación razonable, en un relato pleno de significado para todos nuestros compatriotas. Hay una lección moral oculta bajo la masa de hechos conocidos y por conocer; hay una narración oscura que habla de resentimientos y desprecios, de confusiones e ignorancias, de soberbia y humillación, sin la cual la historia contemporánea del Perú no podrá declararse completa.

Las desgracias que debíamos aclarar ocurrieron por una opción militante por el atropello y el crimen y asimismo por una deserción de la sensibilidad moral. Pero al mismo tiempo sucedieron porque hay un contexto social, histórico, ideológico y cultural que hizo posible todo ello. Debemos comprender ese contexto para completar el entendimiento del proceso de violencia. Al hacerlo, estaremos mejor preparados para evitar que aquél se repita.

01 diciembre 2005

Día mundial de lucha contra el Sida

Vivir con el Sida

Este reportaje de National Geographic muestra fotos de esperanza que vienen de África. revista que para mí fue formativa en mis primeras incursiones en las bibliotecas.

Estuve en Khayelitsha hace algún tiempo. Allí volví a ver a viejos conocidos de los derechos humanos en Suráfrica. Zackie Ahmat, de la Campaña de Acceso a los Tratamientos, nos dió un inspirado diagnóstico desde el frente de batalla, aquella que en esos día libraban con las empresas farmacéuticas de su país y con la actitud anticientífica del gobierno de Mbeki que desconocía la lucha internacional por el acceso a los tratamientos. Mientras tanto, Médicos sin Fronteras había conseguido demostrar en este pequeño poblado de Ciudad del Cabo que el acceso a los tratamientos y la adherencia sí eran posibles en contextos de comunidades de menores ingresos.

Ahora nos enteramos que la OMS ha pedido disculpas por no haber conseguido su objetivo de tratar a 3 millones de personas con VIH/Sida para el año 2005; sin desmerecer sus esfuerzos, porque se han empezado a salvar algunos millones de vidas. Pero otros forman largas colas, esperando franquear la frontera que los separa de la salud en su más básica expresión: prevención, detección, educación y tratamientos. 8 años después del anuncio que se hizo durante la Conferencia Panamericana del Sida en Lima a la que asistí como intérprete, las cifras se complican con la entrada "triunfal" de la TBC multirresistente.


Si quieren saber más sobre cómo las personas que viven con VIH/Sida se organizan y exigen a sus gobiernos: http://www.aidstreatmentaccess.org/