27 diciembre 2023

Manuel Scorza en la narrativa hispanoamericana



Portada de Populibros Peruanos

 

 

 

 

El pasado 27 de noviembre se cumplieron 40 años de la desaparición de Manuel Scorza, poeta y novelista peruano de la generación de 1950. También en Barcelona cumplimos en la misma fecha 16 años de actividad en nuestra Asociación Cultural Scorza. Por esta razón organizamos un coloquio sobre el legado cultural de Scorza en la narrativa hispanoamericana, el cual tuvo lugar en el auditorio del Centro Cívico Calàbria 66 y contó con la participación de los escritores Jorge Varas, miembro fundador de nuestra asociación y Mario Pera, editor de la revista literaria Vallejo & Co.


Scorza es recordado como un escritor polifacético, conocido por la poesía escrita en sus años de juventud y primer exilio, cuando publica su poemario Las imprecaciones (1955); pero muy especialmente por el ciclo de cinco novelas reunidas bajo el título de La guerra silenciosa (1969-1979); asimismo, es importante mencionar su producción ensayística, o su labor como relator y testimonio de parte de las luchas campesinas y sindicales de la década de 1960 en las regiones andinas de Perú, las cuales constituyen la médula de sus textos de ficción documentada y testimonial. 

También cabe mencionar la dedicación de Scorza en actividades culturales, editoriales y de promoción del libro y la lectura. Desde su exilio, formó parte de una red de intelectuales y autores hispanoamericanos que después lo llevaría a participar en la creación del Patronato del Libro Peruano en 1956, ya de regreso en Perú, y la organización de los primeros festivales del libro en la América de habla hispana (Colombia, Cuba, Venezuela y Perú). También fue el artífice y director del sello Populibros Peruanos, una colección de libros publicados a bajo coste que incluía obras de autores peruanos contemporáneos y de los grandes clásicos de la literatura universal que produjo títulos durante casi una década (1956-1965).

Pero fue el éxito editorial de Redoble por Rancas (1970) lo que dio a conocer al autor en Europa y lo llevó a ser catalogado como escritor que seguía la estela del éxito del «boom» de la narrativa hispanoamericana (Gras: 2002). Su novela fue presentada en España a concurso para el Premio Planeta de novela en 1969, donde quedó entre las finalistas. El manuscrito atrajo la atención de las casas editoriales en toda Europa, y su difusión llegó al público en más de treinta idiomas, lo cual aseguró su consagración como novelista. 

Scorza encontró en la literatura una manera de ser fiel a su compromiso con los pueblos andinos y las luchas campesinas y sindicales de su tiempo. En el Perú del siglo XX, se sucedían sobresaltos políticos que terminaban en golpes militarles o gobiernos cívico-militares. Los escritores eran objeto de persecución por el poder de turno; detenidos, encarcelados, deportados u obligados a exiliarse por haber mostrado su adhesión al pensamiento liberal, o al pensamiento marxista, este último representado en la causa de los pueblos oprimidos y explotados. Entre los autores que pisaron las cárceles peruanas en el siglo pasado figuran: César Vallejo en 1920, José Carlos Mariátegui en 1927, Ciro Alegría en 1932 (tras el levantamiento aprista en la ciudad de Trujillo), y José María Arguedas en 1937, por oponerse a la visita del emisario de Benito Mussolini al claustro de la Universidad de San Marcos en Lima. Scorza no tardaría en sumarse a la lista de exiliados y deportados; con solo 20 años parte en un largo exilio de casi ocho años, por haber sido simpatizante del APRA, partido que por entonces abrazaba las ideas de la socialdemocracia y que volvía a ser proscrito de la política por la junta militar del general Manuel Odría en 1948.

Nacido el mismo año de la publicación de los Siete ensayos sobre la realidad peruana de José Carlos Mariátegui (1928) y simpatizante del partido APRA durante sus años la universidad de San Marcos, Scorza debió haber absorbido las ideas sostenidas en el debate entre Mariátegui y Haya de la Torre (fundador del APRA).

Durante su primer exilio Scorza compuso el poema «Canto a los mineros de Bolivia» (1952), dedicado a la Revolución Nacional de los mineros de ese país. También escribe ensayos que revelan su creciente interés por la cuestión indígena y la lucha por su liberación en el marco de un socialismo «sin calco ni copia», que según José Carlos Mariátegui no debía aceptar los designios eurocéntricos de la Internacional Comunista. Tras su regreso al Perú en 1956, Scorza no quita ojo a lo que está ocurriendo en los Andes. A medida que se desarrollaba el despegue industrial en la costa del Pacífico peruano, se produjo la crisis de los propietarios de vastas extensiones rurales en las regiones andinas; mientras tanto, el Estado peruano daba paso a la explotación de estos territorios, poniéndolas en manos de compañías multinacionales mineras como la Cerro de Pasco Corporation, que operaban como enclaves desde principios de siglo. Esto tuvo un efecto nocivo para las comunidades campesinas (ayllus en quechua) de las regiones centroandinas de Pasco y Junín, donde se dio inicio a la moderna minería a tajo abierto; los relaves de la producción minera han condenado a sus habitantes, campesinos y mineros, a cien años de contaminación de lagos y tierras cultivables y a generaciones de mineros aquejados de enfermedades ocupacionales y a sus niños, que hasta hoy no pueden crecer y desarrollarse de manera saludable, lo cual empujó a las migraciones hacia las ciudades del litoral peruano. 

 


En torno a esta realidad, Scorza asume la función de secretario de política del Movimiento Comunal del Perú creado en 1961, un nuevo tipo de organización sindical agraria surgido en tiempos de fundación de la Confederación Campesina. Scorza se encarga de redactar los comunicados que verán la luz en la prensa del país, pagando por un espacio publicable en las páginas del diario Expreso, con el fin de dar cierta visibilidad al movimiento campesino. Scorza documenta las denuncias, procesos legales y tomas de tierra y rebeliones ocurridas en los Andes centrales. Algo parecido está ocurriendo también en los Andes del sur, con Hugo Blanco como dirigente de la Confederación Campesina y líder de las tomas de tierra ocurridas en la región sur andina de Cusco.

Scorza es consciente de que la información y la denuncia no serán suficientes para movilizar a las comunidades en sus reivindicaciones colectivas ni para que la opinión pública en las capitales de la costa conozca la política de cercamiento que el gran Capital ha puesto en marcha en los Andes. Las fuerzas de seguridad dan muerte y los caporales se enfrentan a los campesinos que ocupaban las tierras y pastos para recuperarlas de las haciendas. Es una protesta por “el Cerco” que avanza en la zona de Rancas (Huayllacancha, 2 de mayo 1960); son tierras que ellos consideran de su propiedad, según centenarios pergaminos notariales que la Justicia suele ignorar o archivar. Este es el punto de quiebre para las sucesivas operaciones de desalojo dictadas por el presidente Mariano Ignacio Prado. Scorza sabe que el episodio será “silenciado” por los medios de prensa, tal como ya ocurría en las instancias judiciales Y es quizás en este punto donde nuestro escritor decidirá embarcarse en un proyecto de largo aliento y enfrentado a varios dilemas que quiere hacer patentes en su obra novelística: ¿la novela o la denuncia? ¿La victoria o los vencidos? ¿La masacre o la justicia? ¿Historia o ficción? Así va tomando forma el ciclo de novelas que él titulará como “La Guerra Silenciosa”; en una década produjo cinco novelas escritas entre 1968 y 1977, que posteriormente revisó y vio publicadas en 30 idiomas por todo el mundo.

En 1977, entrevistado en España después de haber publicado las 5 novelas que conforman el ciclo de «La guerra silenciosa» (Redoble por Rancas, Historia de Garabombo el invisible, El jinete insomne, Cantar de Agapito Robles y La tumba del relámpago), cabe preguntarse: ¿La literatura puede hacer justicia? Cuando la historia se detiene para los vencidos y el clamor de los pueblos no es escuchado, quizás sí. La literatura mantiene vivas las conciencias.

El tiempo detenido ¿se vuelve a poner en marcha? O nos revuelve al mismo punto de la desgracia?

16 febrero 2023

Tecnologías verdes para cuidar la Tierra


Jacob Sturm, Wikimedia Commons


Dos artículos de George Monbiot publicados en el diario británico The Guardian

George Monbiot es un periodista y naturalista británico comprometido con la biósfera planetaria y la vida en peligro de quienes la conforman y habitan. Es autor de La era del consenso: manifiesto para un nuevo orden mundial y un incansable denunciante de la crisis climática a la que nos ha llevado un sistema de capitalismo desbocado.
 
 
 
 
 
 

 

I. Lentejas sí, pero también sustitutos de la carne de ganado

George Monbiot, The Guardian 01/02/2023

¿Es usted de las personas que rechazan la idea de la carne artificial o cultivada? No extraña que sean los ganaderos los que a menudo se oponen de manera tajante a esta idea. Y lo más sorprendente aún es que algunas personas veganas también estén en contra: "¿Por qué la gente no puede comer tofu y lentejas, como hago yo?" Pero es preciso señalar que los nuevos productos cárnicos y lácteos de origen vegetal, microbiano o de cultivo celular no están pensados para el estilo de vida vegano sino para un número mucho mayor de personas que gustan del sabor y la textura propios de la dieta animal. Y muchas otras personas retrocedan por instinto ante la idea de un alimento que tenga una apariencia familiar sin serlo realmente.

Así que aquí va una pregunta para todos los escépticos: ¿Qué piensan hacer respecto a la creciente demanda mundial de productos animales y los devastadores efectos que esta comporta?

Actualmente, el ganado representa el 60% del peso total de los mamíferos de la Tierra. Los humanos constituyen el 36%, y los mamíferos salvajes son solo el 4%. En cuanto a las aves, el 71% corresponde a las aves de corral, y las especies salvajes son apenas el 29%. Mientras la población humana crece a un ritmo del 1% anual, la cabaña ganadera  lo hace a un 2,4%. El consumo medio mundial de carne por persona es de 43kg al año, pero se acerca rápidamente al nivel del Reino Unido: 82kg anuales. Esto se debe a la Ley de Bennett: conforme aumentamos nuestros ingresos, consumimos más proteínas y grasas en nuestra dieta, especialmente carne, huevos, leche y otras secreciones animales.

Entonces cabe preguntar a quienes no gustan de las nuevas tecnologías ¿qué solución proponen? Y cuando insisto en preguntar, la respuesta es furiosa o evasiva: "¡Estás haciendo la pregunta equivocada!" "¿Quién te paga?" "¿Quieres que comamos babas (o insectos)?"

Hasta ahora, entre todas las personas preguntadas, solo una ha respondido directamente: la defensora de los alimentos Vandana Shiva. "Estás difundiendo de manera acrítica la leyenda de que la gente come más carne a medida que se hace más rica. En la India las personas siguen siendo vegetarianas, incluso cuando tienen más ingresos. Las culturas alimentarias están conformadas por unos valores culturales y ecológicos". Sin embargo, el consumo de carne en la India está aumentando rápidamente, aunque muchas personas lo hacen en secreto. En otras palabras, a pesar de las prohibiciones religiosas que se aplican con vigilancia (y que en algunos casos llegan hasta el asesinato), la ley de Bennett sigue vigente.

Esto equivale a presionar a la gente para que quemen menos combustibles fósiles sin ofrecerles sustitutos como los de la energía solar, eólica, geotérmica o nuclear. Las granjas ganaderas presentan un problema tan, o incluso más urgente, pues ocasionan perjuicios en todos los sistemas ecológicos de nuestro planeta; son principalmente responsables de la destrucción de los hábitats y la pérdida de la vida salvaje; están provocando la muerte de los ríos  y de algunas zonas marítimas; generan más emisiones de gases de efecto invernadero que todo el transporte mundial en su conjunto; y se extienden por vastas extensiones del planeta, infligiendo enormes costes de oportunidad ecológicos y de carbono. Tanto en su historia colonial como en la actualidad, las granjas de ganado siguen siendo probablemente la actividad que más contribuye al acaparamiento de tierras y el desplazamiento de los pueblos indígenas. En pocas palabras, la carne está consumiendo el planeta.

Los sustitutos de los productos animales pueden reducir en gran medida estos daños puesto que permitirían la devolución de vastas zonas a los pueblos expulsados de su territorio  y de los ecosistemas que defendían.

La primera carne cultivada con células obtuvo recientemente la aprobación reglamentaria en los Estados Unidos. Al mismo tiempo, el sabor y la textura de las alternativas vegetales han mejorado muchísimo. Recientemente he comido tres productos que son casi indistinguibles de los originales: un filete elaborado por una empresa eslovena llamada Juicy Marbles, un "filete de cordero" de la empresa israelí Redefine Meat, y (un plato de) sushi y "marisco" en tempura en el restaurante londinense 123V.

En respuesta, las corporaciones ganaderas de la carne (Big Meat) han intensificado su campaña de demonización. Aunque esto sea comprensible, se entiende menos el apoyo que la industria animal recibe de personas que afirman ser ecologistas, pero recitan alegremente su propaganda engañosa. El catedrático de política alimentaria y agrícola Robert Paarlberg compara esta alianza con la accidental coalición formada por la iglesia bautista y los contrabandistas de licores en EE.UU. el siglo pasado. Al presionar con éxito a favor de la prohibición del alcohol, los bautistas del sur abrieron la puerta a la mafia que comerciaba con bebidas más fuertes y peligrosas. Baste este ejemplo para decir que los verdaderos ecologistas tienen el deber de romper este consenso ultraconservador .

Es probable que la adopción de las nuevas tecnologías siga una curva en forma de S: lento, luego repentino. Al principio, la aceptación será baja y sufrirá repetidos reveses. Pero a medida que aumente la escala y bajen los precios, es probable que la penetración en el mercado alcance el 10% o más. Ese es el punto en el que el crecimiento lineal cambia repentinamente a crecimiento exponencial. Es la misma tendencia que ya hemos visto en docenas de tecnologías, desde los frigoríficos hasta los smartphones.

Los mayores obstáculos serán políticos. Si los gobiernos se ven presionados por las grandes empresas cárnicas, plantearán el tipo de obstáculos que, en el Reino Unido y Estados Unidos, han retrasado el despliegue de la electricidad renovable. En el Reino Unido, el gobierno está considerando la posibilidad de prohibir que los productos vegetales se denominen “leche” o “mantequilla”. No se sabe cómo harán con la denominación de la leche de coco y la mantequilla de maní. En el Reino Unido no se aplica el IVA a la carne o la leche, pero la mayoría de las alternativas vegetales deben pagar un 20%.

Los organismos reguladores que podrían aprobar los nuevos productos suelen estar desbordados, pues el Brexit ha supuesto una enorme carga de trabajo para la Agencia de Normas Alimentarias del Reino Unido y su presupuesto está muy por debajo de lo que necesita. Al mismo tiempo, la agencia se ha visto inundada de solicitudes de productos de CBD (cannabidiol) y es posible que transcurran muchos años antes de que les llegue el turno a las proteínas alternativas.

Ninguna de estas cuestiones debe dejarse en manos de la industria y el gobierno. Los defensores del medio ambiente no deberían trabajar para destruir las alternativas ecológicas, sino para garantizar que se regulen adecuadamente, y mediante leyes antimonopolio eficaces, se evite la concentración en manos de unas pocas empresas, como ocurre con el comercio de la carne. Como siempre, esta será una lucha tanto política como tecnológica sobre la tenemos que decidir en qué equipo nos alineamos.

·        George Monbiot es columnista del diario británico The Guardian


 

II. Las tecnologías limpias podrían ser nuestra salvación

George Monbiot, The Guardian 24/11/2022

Entonces ¿qué hacemos ahora? Después de 27 cumbres del clima (COP) sin haber visto ninguna acción efectiva, parece que el verdadero propósito era el de seguir con el parloteo. Si los gobiernos hubieran tomado en serio la prevención del colapso climático desde la primera COP, las veintisiete cumbres sucesivas no se habrían celebrado. La COP habría resuelto las principales cuestiones, tal como fue tratada la crisis del agotamiento de la capa de ozono: en una sola cumbre celebrada en Montreal.

Ya nada se puede conseguir sin protestas masivas cuyo objetivo, como el de los movimientos de protesta anteriores, es alcanzar la masa crítica que desencadene un punto de inflexión social. Pero esto es solo una parte del reto, como bien saben las personas que protestan. También es necesario traducir nuestras demandas en acciones, lo cual requiere cambios políticos, económicos, culturales y tecnológicos; todos ellos son necesarios, pero ninguno es suficiente. Estos solo pueden constituir el cambio requerido si se aplican en conjunto.

Centrémonos por un momento en la tecnología. Concretamente, la que podría ser la tecnología ambiental más importante desarrollada hasta la fecha: la fermentación de precisión. Se trata de una forma refinada de elaboración de la cerveza y un medio de multiplicación de microbios que sirven para crear productos específicos. Muchos medicamentos y aditivos alimentarios son producidos de este modo desde hace años. Pero ahora contamos con científicos que trabajan en varios laboratorios, y en un puñado de fábricas, desarrollando lo que podría ser una nueva generación de alimentos de primera necesidad.

Las noticias más interesantes anuncian la no utilización de material agrícola primario. Los microbios cultivados se alimentan de hidrógeno o metanol, lo cual puede producirse con electricidad renovable y en combinación con agua, dióxido de carbono y una mínima cantidad de fertilizante. Con ello se produce una harina que contiene aproximadamente un 60% de proteínas, lo que representa una concentración muy superior a la que puede alcanzar cualquier cultivo agrícola importante (por ejemplo, las habas de soja contienen un 37% y los garbanzos, un 20%). Cuando los microbios se cultivan para producir proteínas y grasas específicas, estos pueden crear sustitutos de la carne, el pescado, la leche y los huevos de mucha mejor calidad que cuando se emplean productos vegetales. Además, tienen el potencial de hacer dos cosas asombrosas.

La primera es reducir hasta un grado notable la huella de carbono en la producción de alimentos. Según un artículo publicado, se estima que la fermentación de precisión con metanol necesita 1.700 veces menos tierras que los medios agrícolas más eficaces en la producción de proteínas, basados en la soja cultivada en EE.UU. Esto sugiere que podría utilizarse 138.000 y 157.000 veces menos tierra en comparación con el medio menos eficiente: la producción de carne de vacuno y de cordero, respectivamente. Dependiendo de la fuente de electricidad y de las tasas de reciclaje, también pueden conseguirse drásticas reducciones en el uso del agua y en las emisiones de gases de efecto invernadero. Al tratarse de un proceso autónomo, se evita que los residuos y los productos químicos ocasionados por la actividad agrícola sean vertidos en el ambiente.

Si la producción ganadera es sustituida por esta tecnología, estaríamos ante lo que podría ser la última gran oportunidad para evitar el colapso de los ecosistemas de la Tierra gracias a la restauración ecológica a gran escala. Mediante la resilvestración de vastas extensiones de tierra ocupadas actualmente por el ganado (con mucho, el mayor de todos los usos humanos de la tierra), o por los cultivos utilizados para alimentarlo –así como los mares totalmente destruidos por las redes de deriva o la pesca de arrastre–, y con la restauración de los bosques, humedales, sabanas, praderas naturales, manglares, arrecifes y fondos marinos, podríamos detener la sexta extinción masiva de especies (actualmente en curso) y reducir gran parte del carbono que hemos liberado en la atmósfera.

Tenemos además una segunda y asombrosa posibilidad de romper con la enorme dependencia que muchas naciones tienen de los alimentos enviados desde lugares lejanos. Las naciones de Oriente Próximo, el norte de África, el Cuerno de África y Centroamérica no poseen suficiente tierra fértil ni agua para cultivar sus propios alimentos en cantidades suficientes. En otros lugares, sobre todo en el África subsahariana, la degradación del suelo, el incremento de la población y los cambios en la dieta impiden que aumente el rendimiento de sus cosechas. Sin embargo, todas las naciones más vulnerables a la inseguridad alimentaria son ricas en algo: la luz solar. Esta es precisamente la materia prima requerida para sostener la producción de alimentos a base de hidrógeno y metanol.

La fermentación de precisión se encuentra en la cima de su curva de precios y tiene un gran potencial para su reducción. El cultivo de organismos pluricelulares (plantas y animales) se encuentra en la parte inferior de su curva de precios, llevando estos hasta sus límites, y en ocasiones superándolos. Si la producción se realiza de modo distribuido (algo que considero esencial), cada ciudad podría tener una planta microbiana autónoma dedicada a la fabricación de alimentos de bajo costo, ricos en proteínas y adaptados a los mercados locales. En muchos países, esta tecnología podría garantizar la seguridad alimentaria de manera mucho más eficaz que la agricultura.

Existen, sin embargo, cuatro objeciones principales a esta idea. La primera se expresa en "¡Qué asco, bacterias!" Bien, pero actualmente las comemos en todas las comidas y añadimos deliberadamente bacilos vivos en alimentos como el queso y el yogur. Y demos un vistazo a las plantas de cría intensiva de animales que producen la mayor parte de la carne y los huevos de nuestra dieta y a los mataderos donde se procesan; con la nueva tecnología, ambos podrían quedar desfasados.

La segunda objeción es que las harinas producidas por fermentación directa podrían utilizarse para elaborar alimentos ultra procesados. Y es cierto que se podría, tal como hoy se hace con la harina de trigo. Pero también pueden utilizarse para reducir radicalmente el proceso de elaboración de sustitutos de productos animales, sobre todo si los microbios se modifican genéticamente para producir proteínas específicas.

Esto nos lleva a la tercera objeción. Ciertos cultivos genéticamente modificados, como el maíz Roundup Ready, presentan grandes problemas. Su principal objetivo era ampliar el mercado para el uso de un herbicida patentado y así asegurar el dominio de la empresa que lo producía. Sin embargo, los microbios modificados genéticamente están siendo utilizados sin controversia en la fermentación de precisión desde la década de 1970, concretamente en la producción de la insulina, del sustituto de la quimosina para fabricar el queso y en las vitaminas. Lo cierto es que donde sí se registra hoy una crisis terrible de contaminación genética es en la industria alimentaria, aunque esto se atribuye a que seguimos actuando como siempre: la propagación de los genes resistentes a los antibióticos que provienen de los tanques de purines del ganado que se filtran a la tierra, y desde allí, entran en la cadena alimentaria y en los seres vivos. Resulta paradójico que sean los microbios modificados genéticamente los que nos ofrecen la mejor esperanza de detener la contaminación genética.

La cuarta objeción tiene más peso: la posibilidad de que estas nuevas tecnologías queden en manos de unas pocas empresas. Esto representa un riesgo al que debemos enfrentarnos de inmediato, exigiendo una nueva economía de los alimentos que sea radicalmente distinta de la que tenemos en la actualidad, pues en ella se ha producido una concentración extrema (de los intereses corporativos). No se trata de un argumento contra la tecnología en sí; tampoco creemos que la peligrosa concentración del comercio mundial de cereales (el 90% en manos de cuatro empresas) sea un argumento contra el comercio de cereales, sin el cual miles de millones de personas morirían de hambre.

Considero que el verdadero punto de fricción está en la “fobia de lo nuevo”. Conozco a gente que no quiere tener un horno microondas porque cree que este perjudicará su salud (no es así), pero que tiene una estufa de leña, que sí lo hará. Tenemos tendencia a defender lo viejo y vilipendiar lo nuevo, cuando las más de las veces, debería ser al revés.

He dado mi apoyo a una nueva campaña denominada Reboot Food (en inglés, reiniciar los alimentos)  cuyo objetivo es defender las nuevas tecnologías que podrían ayudarnos a salir de nuestra espiral de desastre. Esperamos que sea el fermento de una revolución.

·        George Monbiot es columnista del diario británico The Guardian